martes, 4 de mayo de 2010

UN TIPO CON ONDA

La sonrisa en mi cara es tan optimista que incluso podría curar el cáncer. Mientras camino saludo a la gente que también camina por la calle. Algunos responden y otros corren gritando que en esa cuadra camina un loco suelto. Y en mi cabeza hay música. Y me muevo con ritmo. Porque el mundo es mío.

Agradezco más que nunca mi filosofía de evitar el transporte público. Porque soy feliz caminando. Porque el día es glorioso. Porque el frío hoy no me da frío. Porque a través de las nubes yo veo el sol. Y se que si quisiera, de un solo salto podría palmearle un cachete.

Una cuadra completa la hice bailando. Porque la música que emanaba del gimnasio me lo pidió prácticamente de rodillas. Y en la esquina me ví reflejado en una vidriera. Mi cabeza estaba llena de pelo. No estaba tan gordo como creía. Mi cara tenía color. Y no había manchas. Y mi sonrisa, dios mío, que sonrisa. Me guiñé un ojo. Porque personas como la que estaba mirando en ese momento no abundan. Y son quienes hacen de este mundo un lugar menos peor.

La calle. La ciudad. La vida. Todo olía a éxito. A logro. A optimismo. Emoción.

Sin darme cuenta había llegado. Mostré mi documento en la recepción y dije mi nombre en voz alta. Porque nadie podía perdérselo. Nadie merecía omitir mi presencia. No se si aluciné o no, pero la recepcionista me tomó de un brazo y bailó conmigo. Y fuimos juntos hasta la salita.

Me senté. Siempre sonriente. Me arremangué. Cerré el puño después que me atasen una gomita en el brazo. Y ví la aguja. Y escuché la mentira más grande en la historia de la humanidad. Después que la bioquímica me dijese que no iría a sentir nada me desmayé.


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