miércoles, 24 de febrero de 2010

SUEÑO CON GALLINAS

Estoy corriendo desesperado. Mi ropa delataría haber caminado bajo una lluvia torrencial, pero es sudor. Hace muchísimo calor. Estoy agitado al punto de casi no poder respirar. Me duelen los pies, las piernas, el pecho. Correr en la arena es un suplicio interesante.

Adelante mío corre una mujer rubia de pelo muy largo. Flaca. Alta. Parece estar buenísima pero no logro verle la cara, a pesar de ello, me atrevo a decir que es Mónica Ayos. Verla correr debería ser inspirador, excitante. En cambio es angustiante, porque esta huyendo, desesperada, corre conciente de que no va a poder hacerlo por mucho más tiempo y eso la desestabiliza.

Pienso acerca de lo que puede estar asustando a Mónica. Me detengo. Soy yo. Yo estoy corriendo detrás de ella. Mónica Ayos está huyendo de mí. Freno. Porque no quiero asustarla. Y porque estoy realmente muy cansado. Ella también lo hace, y me mira con una expresión de horror que jamás había visto en nadie: ¡No frenes! Fue lo único que me dijo, y siguió corriendo.

No la entendí. Me di vuelta y miré hacia atrás. Miles y miles de gallinas corrían hacia nosotros. Gallinas blancas. Impecablemente limpias, prolijas. Picos anaranjados y crestas rojas que contrastaban con el blanco de sus plumajes. Las gallinas se acercaban rápido, eran miles.

Intento correr nuevamente pero el cuerpo no me responde. A mi derecha el río. A mi izquierda una selva de aspecto impenetrable. Yo me desesperaba y las gallinas se acercaban más y más. Cierro los ojos. Ellas me esquivan. Algunas me rozan con las plumas. Dos o tres me chocaron poniendo en jaque mi estabilidad, pero sin hacerme caer. Pasaron todas.

Me desperté de un salto. Con taquicardia. Con mucha sed. Eran las 4:35 am y no pude volver a dormirme por el resto de la noche.

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