domingo, 11 de abril de 2010

DISCULPE, ¿NO ME HARIA EL FAVOR?

Necesitaba lo que todos en algún momento necesitamos. Lo que todos necesitamos y por lo general nos avergüenza reconocer. Y no lo pedimos. Y no lo obtenemos. Y no despegamos.

En el ascensor me encontré con una potencial primera opción. Opción descartada en el instante en que con la mirada de alguien inconforme con su status me solicitó el dinero de las expensas atrasadas. Me molesta la sensación de poder en la gente. Y debería haberle reventado la cabeza una y otra vez con la puerta automática del ascensor. Y verla quebrarse como una nuez. Pero tenía algo más importante en que pensar. Y lo dejé regocijarse en su mugre.

Salí a la calle eufórico. Pocos transeúntes. Pocos y poco atractivos. Ninguno me terminaba de convencer del todo.

Justo en la esquina la vi. Mujer. Entre cuarenta y cincuenta. Atlética. Guapa. Notó mi intromisión y en un movimiento compuesto chequeo la parada del colectivo y la hora en su reloj de pulsera. Su molestia en la espera indicaba que no disponía de mucho tiempo para pasar a la acción. Y lo hice.

Disculpe señora. Así me introduje y ella me miró aceptando mi invitación a una conversación efímera del tipo “¿Qué hora es?” o “¿Para esa línea en esta esquina?”. No era lo que tenía en mente. Y di media vuelta y le di la espalda. Y me incliné. Y le pedí por favor que me pateara en el culo. Dio un grito mudo que nadie escuchó. Y salió corriendo. A mitad de cuadra paró un taxi y se fue.

Decepcionado quedé meditando en mi posición. Y de golpe mi cara chocaba contra una baldosa. Y mi mano derecha se raspaba con el cordón de la vereda. Y mi ropa estaba sucia. Y jamás sabría quien fue. Pero no podía dejar de sonreír.


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