jueves, 15 de abril de 2010

LA FELICIDAD DEL INFELIZ

No le creo a nadie que alegue ser feliz. Porque no se me ocurre un estado de mayor infelicidad que el de la felicidad plena. Veo imposible vivir sin generar tensión creativa. Tensión, fuerza que nos va empujando hacia una meta. Tensión que se genera por la diferencia entre nuestra realidad y nuestro ideal.

Reconozco también el peligro de la infelicidad absoluta. Cuando esa tensión en lugar de acercarnos a la felicidad convierte nuestra realidad en nuestras metas. Cuando nos estanca. Me viene a la mente la imagen del coyote siendo aplastado por una roca gigante atada a un resorte.

De esa definición de tensión creativa es que concluyo en lo igualmente peligroso que resultan los estados plenos. Ser infeliz. Ser feliz.

Yo conocía su estilo de vida. Su condena que disfrazaba de sabia elección. Su incapacidad de ganarse el respeto de un hombre que disfrazaba de libertad. Su inmadurez que disfrazaba de la picardía de llevar a su cama hombres que no crecían mientras ella seguía haciéndolo.

Disertaba sobre su marginalidad convirtiéndola en un ejemplo de rebeldía y éxito personal. Hablaba y hablaba sobre su felicidad. Excesiva. Plena. No la interrumpí. No la contradije. La deje explayarse. Y vi las caras de los presentes. Y me regocije un poco. Y otro poco sentí pena. Pobre persona feliz.


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