jueves, 29 de abril de 2010

UNA DE SEXO

No recuerdo el tiempo que hacía que mi lengua no invitaba otra lengua a jugar a mi boca. Tampoco intenté recordarlo. No podía importarme menos. No en ese momento.

De un golpe seco caímos los dos en mi cama. Yo debajo. Por suerte. Porque estoy gordo. Y porque estoy gordo debe manejárseme con cuidado. Porque me convierto en un objeto peligroso. Tal vez mortal.

Giramos sobre el colchón un par de veces. Nunca los 360 grados. Porque jamás perdí de vista el asunto de no quedar por encima. Aún después de tanto tiempo no había perdido la capacidad de pensar en otra cosa. De estar en los detalles.

Mi cama recibía otro cuerpo. Mi cama tan exquisita. Tan selectiva. Mi cama que había dejado de discriminar género, color y edad. Que había decidido eliminar las fronteras y convertirse en un prócer de la tolerancia. O por lo menos eso me hacía creer. Nos hacía creer.

Las sábanas estaban sucias y no me importaba. Había dejado a la vista varias muestras gratis de productos contra la calvicie y no me importaba. Mis zapatillas de olor a pata habían quedado del lado de adentro de la casa y no me importaba. No tenía cigarrillos porque ya no fumaba. Nada me importaba.

Hay vicios que son realmente incontrolables. Que están demasiado arraigados. Y el celular sonando despertó una de mis patologías más severas. Ni mi primer encuentro sexual en miles de horas podía hacer que deje un teléfono sonar sin atenderlo. Y eso hice.

Salí al balcón buscando privacidad. Y porque la conversación era importante. Y duraría varios minutos. El tiempo suficiente para volver a mi dormitorio sólo para encontrar mi cama vacía. Con las sábanas sucias. Con olor a pata.

1 comentario: