domingo, 25 de abril de 2010

¡GRACIAS FARADAY!

Soy aficionado a las estructuras. No soy muy fanático de las sorpresas. Esa noche la agradecí. Como también agradecí a Michael Faraday por haber descubierto el fenómeno de inducción magnética y todo lo que ello implica. Porque fue gracias a un imán que nadie centró su mirada en mi cabeza. Ni en mi panza. Porque los cinco sentidos de cada uno de los presentes estaban alineados hacia un imán.

No era la primera criatura que mi generación había creado. Si era la primera criatura que uno de los miembros del grupo había creado a conciencia. Su antecesora había llegado un año y medio de terminado el colegio y en circunstancias catastróficas. Y también ha habido varios que se quedaron en el camino. Pero esto era distinto. Esto era significativo. Y si bien no era un problema para los padres, lo era para mí.

Miraba el imán y me preguntaba si efectivamente ese era el disparo que anuncia la largada. Me preguntaba cuantos imanes más irían a repartir en el próximo encuentro. ¿Acaso debíamos empezar a reproducirnos? Se me puso la cara roja y empecé a sudar. Sintomatología que desarrollé de pequeño y me impidió toda la vida disimular mi ansiedad y nerviosismo. Pensaba en crear una criatura. Pensaba en los presentes creando criaturas. Lo que ví es catastróficamente indescriptible.

La evidencia me decía que era imposible que yo engendre una criatura en los próximos años. Porque la relación más larga que había establecido en los últimos tiempos era con un durazno en el fondo de mi heladera. Y no me tentaba mucho la idea de traer al mundo un niño durazno.

Seguí mirando el imán y de pronto mi cara retomó el color habitual. Y volví a agradecer a Michael Faraday. Me hizo olvidar por completo de mi contribución a la conservación de la especie. Porque mi cabeza se había llenado con una sola pregunta: ¿Qué le hace creer a un padre, que otra persona querría tener la cara de su hijo mirándolo a los ojos cada vez que abre la heladera?


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