jueves, 22 de abril de 2010

FRANCAMENTE, NO ME INTERESA

Hoy tuve una charla con un amigo extremadamente necesario en mi vida. Amigo por sobrepasar mis estándares de valores. Necesario por mantenerme siempre con los pies en la tierra.

Lo genial de esta persona es lo universal de sus respuestas cada vez que le planteo un problema. Problemas enormes. Problemas trascendentales. Problemas que ponen en jaque mi estabilidad mental. La respuesta es siempre la misma: No me importa. Y con aire de superioridad sigue tipeando en su computadora portátil. Porque eso es lo que hace el mayor porcentaje de su tiempo. Cuando no duerme. Cuando no come. Tipea.

Yo no digo nada. Y me acaloro. Y recorro la habitación con la mirada buscando el objeto que más daño le haría al impactar contra su cabeza. Y me voy. Y el me saluda sin intentar detenerme. Y me pongo aún más nervioso. Y juro jamás volver a recurrir a él cuando tenga un problema.

Me cuestiono como puede existir una persona tan poco sensible a los problemas ajenos. Y camino. Me pregunto como puedo sentir afecto por una persona tan poco sensible a los problemas ajenos. Y los puños se aprietan cada vez más. Y sudan. Y me pregunto porque tengo una amistad unilateral. Porque él es mi amigo. Y no le importan mis problemas. Por lo que yo no soy su amigo. Y llego a mi casa con el cuero cabelludo extremadamente tensionado y contracturado.

Me acuesto para iniciar el ritual de ocho horas de giros y piruetas hasta lograr quedarme dormido. Pienso en que el volumen de pelo en mi almohada mañana será mayor a lo usual. En que no puedo dormir. En mi problema. En que a mi amigo no le importa. En por qué no le importa. Y deja de importarme mi problema. Y me levando liviano.


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