viernes, 9 de abril de 2010

YO TAMBIEN SOY MINORIA

El verdadero motivo de mi desventaja frente a ellos no era el dos a uno. Independientemente de mis ganas o no de explicar, ellos no querían escucharme. Iban a apedrearme cualquiera sea mi argumento. Porque yo era insensible. Porque yo no podía entenderlos. Porque yo no formaba parte de ninguna minoría.

Me causa gracia que la gente siga hablando de minorías cuando las mayorías son una especie en extinción. No me gustan las fronteras. No me gustan las formas intolerantes de pedir tolerancia.

La única razón por la que induje a una discusión eterna fue evitar que volviera a girar el dvd. No tenía el más mínimo interés en retomar la serie de fotografías que paso a paso retrataban como uno de mis amigos había bebido un mojito.

La discusión derivó en insultos mutuos, política internacional, risas para con el otro y todo eso en lo que derivan las discusiones entre personas que se conocen y respetan al punto de no sentirse ofendidos por el otro.

Me quedé pensando en mi mayoría. Si suponemos que existe un número determinado de características que hacen al ser humano, aún pensando ese conjunto como finito, la combinación de características que reúne cada individuo hace estadísticamente muy poco probable la existencia de dos personas iguales. Ergo, cada uno de nosotros seríamos por definición una minoría. Y las mal llamadas minorías mayorías. O estados intermedios.

Me preocupé de no ser casado, judío, negro, travesti. Me preocupé de no formar parte de ninguna “minoría”. Me preocupé de que, según mi teoría, era parte de la mayoría. De un limbo. De una indefinición absoluta. De nada.

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