martes, 20 de abril de 2010

LOS INTERIORES DE UN TRIUNFADOR

Tengo que ponerme los pantalones pero no quiero. Los calzoncillos que tengo puestos me hacen sentir poderoso. No se porqué. Me gusta usarlos. Me gusta vérmelos puestos. Con ellos soy más importante. Mejor persona. Incluso llego a pensar en la posibilidad de salir a la calle usando sólo mis calzoncillos de alta jerarquía. Quizás también una corbata. Luego recapacito.

Después de deleitarme con una canción de Divididos, el eclecticismo extremo que tomo posesión de mi lista de reproducción pone a prueba mi instinto suicida con una canción de Caetano Veloso. Y yo me alarmo. Y pienso en mi balcón. En la paloma herida que allí habita. Y en que ni ayer ni hoy le di de comer.

Con una servilleta de papel junté migas desparramadas por la mesa y encaré hacia el balcón. En calzoncillos por supuesto. Y con la esperanza de que mucha gente me viese. Porque pensarían que soy un triunfador. Porque sólo así podría estar usando esos calzoncillos. Deseaba que la casualidad haga que alguien me tome una fotografía. En alta definición. Yo importante. Yo en calzoncillos alimentando a una paloma herida. Y manteniéndola fuera de las garras de un malvado gato. Me vanagloriaba de sólo pensarlo.

R. odia esos calzoncillos. Los detesta más precisamente. Porque son deserotizantes. Y a mi no me interesa. Porque no sabe que los tengo.

Toda mi gloria se desmoronó instantáneamente. Mi imagen triunfal que no podría superarse ni por un candidato a presidente besando leprosos se evaporó con la imagen de una tragedia. Sentí caérseme los calzoncillos. No podía precisar el tiempo que el cadáver estaba acostado junto al compresor del aire acondicionado. Porque llevaba dos días sin asomarme al balcón. Y tampoco puedo precisar porqué tuve que correr a mi cuarto. Y ponerme pantalones. Y medias. Y zapatillas.


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