viernes, 2 de abril de 2010

GUSTA DE MI

Es una frase graciosa per se. De la boca de una persona que permanentemente está haciéndonos creer que tiene la capacidad de comerse el mundo es aún más graciosa. Frase demodé. Frase que si no me equivoco se la escuche decir por última vez a Leonardo Sbaraglia en “Clave de Sol” durante una charla que mantenía con Pablo Rago.

Mi carcajada se ahogó rápido. Porque la cara de R. cuando percibe una herida en su orgullo me intimida. Y porque en ese contexto: De la boca de R., hacia mi oído, referida a un tercero, me resultaba catastrófica. Uno de los pocos códigos que manteníamos se había roto.

Me puse nervioso. No podía seguir con esa conversación de manera honesta y sincera. Tenía que protegerme. Camuflarme. Buscar armamento. Y me puse mis pantuflas. Mis pantuflas sin tope que convierten mis dedos en garras. Ahora era capaz de asentir el resto de la conversación y hasta opinar como si nada me importase.

Había puesto mi fachada en piloto automático. Lo que me permitía abrir el paso de combustible a mi cerebro, arrancarlo y pensar. En porqué había roto el código. No era un error. R. no los comete. No era casual. R. premedita.

¿Había dado R. el primer paso? ¿Me estaba llevando a esa conversación que llevo posponiendo desde el día que nos conocimos? Si le pedía cambiar el tema me iba a preguntar porqué. R. necesita siempre razones. Yo iba a necesitar explicar. Y no quería. No podía. No estaba listo.

Me armé de una sonrisa que no utilizo a menos que la situación lo amerite. Una que muestra un diente más que la habitual pero sólo del lado derecho. Y según la cantidad de veces que la ejecute puede llegar a temblarme levemente el labio inferior. Y asentí. Y opiné. Hasta que se rindió. Y se fue. Como si nada importase.

No hay comentarios:

Publicar un comentario