lunes, 26 de abril de 2010

INGENIERIA MARITAL

Buena cama. Buen humor. Buena charla. Tres pilares sobre los cuales se debe construir cualquier relación. La base. Los componentes esenciales sin los cuales resultaría imposible concebir una pareja. La clave del éxito, en el mundo según R.

La idea no sonaba descabellada. Parecían pilares lógicos. Estables. Resistentes. Sabía que existía una posibilidad de derrumbe. Porque el error siempre esta presente. Porque no puede eliminarse sino minimizarse. Y jamás pensé que esta estructura sería tan débil como para no resistir siquiera el golpe de un llavero. Y desmoronarse por completo.

Tenía forma de península itálica. Los colores de su bandera. Y como todo souvenir, el nombre del país. En imprenta mayúscula. No valía mucho. Y quien me lo había regalado lo había hecho más por una devolución de gentilezas que por cariño. Pero el llavero no estaba más. Y mi último recuerdo databa del momento en que dejé mi departamento en manos de R. durante mi estadía en el viejo continente.

No fue a propósito, sino porque justo el llavero vino a mi cabeza en ese momento. Y se lo pregunté frente a los asistentes a una reunión discreta en su casa. Porque no era un tema para considerarse privado, en principio. Y porque jamás imaginé su respuesta.

Yo se donde está el llavero. Se perdió. No te lo dije porque no te habías dado cuenta.

Lo dijo con tono culposo. Infantil. Como un preadolescente a quien descubrieron escapándose del colegio. Y yo me llené de ira. Sólo pensaba en desfigurarle la cara con un matafuego. Porque me enferma la gente cobarde. Y los infantilismos. Y la falta de educación. Y de respeto por el otro.

Reevalué los pilares. Y me di cuenta que no podrían sustentarse sin una estructura más compleja. De valores compartidos. De compatibilidad de clase. De educación. De respeto. Reforcé el concepto de hombre como ser social. Concepto ausente en R.


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