martes, 13 de abril de 2010

LA MEJOR FORMA DE HACERSE ODIAR POR UN HOMBRE

Podría haberme encontrado duchándome en su baño. Podría haberme encontrado en el sofá de su casa masajeando los pies de su mujer. Podría haberme encontrado abrazándola por atrás mientras ella ponía maní en un plato rosa a lunares blancos. Cualquier cosa hubiese sido mejor. Incluso si me hubiese encontrado desnudo. En su cama. Hubiese sido menos doloroso y humillante.

Él llegó de trabajar tarde. Porque según su mujer trabaja mucho. Más de lo que debería. Y definitivamente más de lo que se le paga. Él llegó y saludó a su amor mientras cerraba la puerta. Yo me reí en silencio. Porque ese tipo de cursilerías me dan risa. Su amor no contestó porque estaba duchándose. Contesté yo. Porque estaba en el balcón y si lo escuché.

El tono agradable con el que había entrado le cambió al instante. Porque estaba yo. Y yo era yo. Y yo estaba fumando en su casa. Y yo estaba asando en su parrilla. Y yo siempre me divierto cuando interactúo con ese hombre.

Dijo que era lindo llegar y tener la comida lista. Pero imaginar un elefante sobrevolando en cielo era una idea más creíble. Y no pasaron más de cinco minutos hasta que comenzó a defender su territorio. A intentarlo. Y yo a disfrutarlo.

El ya no tenía el traje con el que había entrado. Porque el traje es incómodo. Y para pelear se necesita ropa cómoda. Y ya no éramos él y yo en el balcón. Porque ella estaba limpia. Y nos acompañaba.

Me cuestionó mis métodos para asar. Intentó tocar mi asado. Recuperar su parrilla. Y yo siempre sonriente le dije que se relajara. Que hoy sólo trabajaría yo. Y lo invité a descansar. Y fue como verlo desnudo. Peludo. Mostrando los dientes y saltando. A los gritos.

Me dijo que me iría a faltar fuego. Ella dijo que él asaba bien. Y yo que por su cara jamás hubiese imaginado que era capaz de asar. Ni bien ni mal. Y serví la comida. Y no me faltó fuego. Ni me sobró.

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