sábado, 13 de marzo de 2010

BIOTINA

Todo pareciera estar listo. Todo pareciera estar respetando la secuencia predeterminada de acciones que muy cuidadosamente diseñé. Estoy sentado con el ombligo coincidiendo con el punto exacto que dividiría en dos el largo de mi mesa. La sostengo firme con mi mano derecha. Apoyo el pulgar en la boca y engancho bajo la uña de mi dedo mayor el anillo de lata. Hago palanca. Escucho la efervescencia. Cuando la presión se equilibra la abro por completo. Y sirvo. Y ahora ya no parece. Todo está listo.

Me cuesta en condiciones regulares. Y hoy además me desperté cansado. Y con la cabeza abrumada de pensamientos. No necesariamente negativos. Pero llena. Y los ojos que no podían quedarse abiertos por si mismos. Y con la energía suficiente para mantener abierto el derecho. O el izquierdo. O los dos, pero a media asta.

Es la segunda lata de bebida energizante que bebo. Minutos después descartaré la hipótesis en la que afirmaba que esa sustancia me daría la concentración que necesito. Luego de mirar durante un rato la hoja de papel escrita que tenía adelante sin jamás llegar a leerla, observo la lata vacía. Maldigo a la OMS.

No sólo la tabla de información nutricional informa que esa lata aporta el 250% del valor diario recomendado de una sustancia llamada biotina, sino que en letras mayúsculas, debajo de la tabla, lo vuelve a aclarar. En este momento tenía el 500% de biotina en el cuerpo de lo que la OMS me recomendaba tener.

Ya no me importaba leer. Tenía taquicardia. Me costaba respirar. Me asfixiaba. Temblaba. No tenía idea de las consecuencias de una sobredosis de biotina. Pero a mí de seguro iba a matarme. Porque seguramente se trata de la sustancia que convierte a esta bebida en un cocktail mortal para los adolescentes. Y yo tenía en el cuerpo el 500% de lo que debía tener. Y ya no pude sentarme a leer en el resto del día.


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