martes, 23 de marzo de 2010

¡QUITA TUS MANOS DE MI CEREBRO, HIPPIE!

Basándome en la evidencia empírica me era imposible resolver mi situación de plantear o no plantear; y dejando de lado los estragos que ésta había hecho sobre mis padres; decidí darle una y sólo una oportunidad. Hoy concurriré a mi primera sesión de terapia.

Entré con el cerebro en la mano y listo para ponerlo en las suyas. Entré y colapsé al instante. Era hippie. Agarré fuerte mi cerebro y lo escondí bajo mi remera donde rápido y fácilmente se camuflaría entre mi sobrepeso. Me invitó gentilmente a sentarme en un sillón de mimbre. Porque los hippies usan mucho mimbre. Ella se sentó en otro igual. No enfrente mío. En un ángulo tal que ambos alcanzásemos la mesa ratona que nos separaba y a su vez a ninguno nos molestase el reflejo del ventanal enorme que teníamos detrás.

En la mesa había un atado de cigarrillos. De veinte. Box. Y un cenicero. Y me ofreció uno. Y yo se lo rechacé gentilmente. Previo preguntarme si me molestaba, esa mujer de pelo corto, de un color amarillento que de a poco se iba perdiendo entre sus raíces, secas, sin vida, se prendió un cigarrillo.

Yo fumo. Pero ella no lo sabe. Y la escasa evidencia le haría deducir por lógica que no lo hago. A pesar de ello encendió un cigarrillo. No le importó si me molestaba. Preguntó sólo por seguir un protocolo. Y yo respondí también por seguir un protocolo. De todas formas no me molesta que fume. Pero me molesta.

Hacía calor. No tenía aire acondicionado. Porque los hippies son reacios a lo artificial. El flequillo de a poco empezó a pegársele en la frente sudorosa. Y la mujer de musculosa gris arratonada levantó el brazo para quitarse los pelos de la frente. Fue sólo un instante. Y alcanzó. Al ver su axila supe que esa era mi primera y última sesión de terapia.


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