domingo, 14 de marzo de 2010

ME COMEN LOS GUSANOS

Veo que contra todos los pronósticos al señor no se lo están comiendo los gusanos. Eso dijo mientras atravesaba la puerta de mi departamento con una cerveza en la mano. Lo dejé pasar. Porque es de las pocas personas a las que de verdad les importo. Porque si vino a mi casa es que realmente estaba preocupado. Porque la escarcha alrededor de la cerveza que traía me causó un efecto hipnótico instantáneo.

Hablamos durante el tiempo que demoran dos personas en tomarse una cerveza. Bastante para alguien que sólo vino a cerciorarse que siga con vida. Me preguntó sobre mí. Le pregunté sobre él. Ninguno se explayó. Ninguno indagó. Y se fue.

Me acosté pensando en si habría alguien preocupado por mí. Pensaba si de verás este chico llegó a pensar en mi cuerpo hinchado, abandonado y oliendo a podredumbre. Irónico que eso fue lo que encontró. Porque estoy gordo. Estoy abandonado. Porque mi departamento huele mal. Pero respiro. Y mi temperatura corporal no baja de 36 grados.

Miro la esquina donde se juntan una viga y la pared de mi dormitorio. El rincón perfecto donde encajar mi cama. Porque me gusta que las cosas encajen. Y no me gustan los espacios muertos. Hay algo. En la pared. Y se mueve.

No era otra araña. La hubiese matado. No era una mosca. Tampoco un mosquito. O una polilla. Reptaba. Dejaba un hilo de baba. Y tenía cuernos. Que se estiraban y contraían. Que escondía y sacaba de su cuerpo baboso.

Me sobresalté. Corrí la cama unos centímetros de la pared. Mi visitante no estaba solo. Deduje que había sido enviado en misión exploratoria mientras sus compañeros se amotinaban en el enchufe que hasta hace unos segundos estaba completamente tapado por mi cama. Eran varios. Era oficial. Habían llegado. A comerme. Los gusanos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario