viernes, 5 de marzo de 2010

UN ARBOL, UN LIBRO, UN HIJO DE MARADONNA

Es cierto que la vida puede cambiar a la gente. La vida en un todo, no el tiempo. Cambió la bohemia por la política. Pasó de ser un amigo a un extraño. A él le dije “bien” cuando preguntó sobre mi vida.

Preguntó si estaba trabajando. Preguntó si me había recibido. Preguntó si me había casado. Algo en su sonrisa, tan blanca, tan superada, tan llena de dientes, me puso nervioso. Me dieron ganas de vomitar. De vomitarlo. Me sentí inferior.

Por miedo a ser juzgado le conté sobre el libro que publiqué el año pasado. El libro que mi propia madre no leyó por no interesarle los sistemas de aseguramiento de calidad. Lo impacté. Volvió a sonreír. “Ahora, a por el árbol y el pibe”. Me abrazó (lo políticos abrazan) y me recomendó que me cuidase.

Trascender. Vivir más allá de la propia vida. ¿Por qué esa necesidad de ser inmortal? No quiero ser insultado por un bibliotecario a quien le ordenan subirse a una escalera altísima para desempolvarme una vez al año. No quiero ser insultado por la señora que día a día sale a barrer las ramas y las hojas con las que tapizo su patio y su vereda. No quiero hijos que seguramente tampoco querrán leer mi libro.

Tengo otras metas en la vida. En esta vida. Para disfrutar en esta vida. Cambio hijo por ser insultado violentamente por Federico Luppi. Cambio árbol por ser escupido por Maradonna. Cambio libro por ser desarmado de un cachetazo por el señor Arnaldo André.


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