sábado, 20 de marzo de 2010

MATO AL QUE SE ME ACERQUE

Exterminé las cucarachas del baño. Arrojé sal sobre las larvas del enchufe. Arrollé con la persiana los murciélagos que allí vivían. Trituré con el marco de la puerta la rata que intentó colarse en mi living. Y mientras rociaba con insecticida la última araña que quedaba en el techo del cuarto, me percaté. Yo era el causante de mi soledad. Una por una había eliminado todo tipo de compañía que iba llegando a mi casa.

El silencio de mi cuarto no era el mismo sin el chillido de los murciélagos, o el sonido de sus garritas tratando de roer la tapa de la persiana. Entrar al baño despreocupado, sin una zapatilla en la mano y revisando cada rincón antes de ponerme a hacer pis no me resultaba tan relajado como creí resultaría. Y sólo la ví dos veces, pero se que nunca más va a estar, cada vez que lave los platos, la rata que me hizo romper un vaso al aparecerse en la ventanita de la cocina.

De alguna manera me había aislado de todo ser viviente. Me preguntaba si eliminar las alimañas que te rodean es el paso posterior a la locura o si sentir culpa por haberlo hecho es el paso previo.

Maté las cucarachas, las larvas, las arañas, los murciélagos y la rata. Maté a la mujer que me había invitado a cenar. A un lugar que me gustase.

Con la porción de pasto que entra en la palma de la mano de un chico de cinco años yo alimentaba a tres camellos hambrientos. Voy a dejar una cáscara de banana en el balcón y esperaré otra rata. Voy a mandarle un mail a la mujer que rechacé para invitarla a cenar a un lugar que ella considere agradable. Y no voy a dejar que vuelvan las arañas. Porque cuando estoy durmiendo bajan a la cama. Y me pican.


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