lunes, 8 de marzo de 2010

EL ETERNO PESIMISTA

Si bien sigo fielmente la corriente que dice que mientras más pendiente estamos de algo, su ocurrencia se vuelve estadísticamente más probable, también soy partidario de que, en particular para aquellos sucesos de carácter positivo, cuando dejamos de pensarlos, suceden.

También por otro lado, podría considerarse como una extensión de la primera corriente, dado que también soy de pensar que si el día de hoy se cae una maceta de un balcón, lo hará sobre mi cabeza. No pensaba en conseguir trabajo. Pensaba en que no tenía trabajo. Que no tenía ni iba a conseguirlo por años. Y que cuando lo hiciese, lo odiaría.

Cuando el teléfono suena y no es mi madre, mi padre o R. me asusto. Cuando leo un número que no conozco, me asusto. Cuando leo número privado también me asusto.

Su voz era dulce y por demás agradable. Dije que si a todo lo que debía decir que si. Dije que no a todo lo que debía decir que no. No me importo que juzgue mi amplia disponibilidad horaria cuando me pregunto si podía acercarme a la consultora en cuatro horas.

Me quedé pensando. Con lo peligroso que es pensar y con lo mal que hace. ¿Qué posibilidades tenía de conseguir ese trabajo? Mientras me duchaba y me lavaba la cabeza ya con el último resto de jabón que me dejaba el pelo reseco y sin vida seguía pensando. Era muy probable que me hubiesen llamado por error. Era muy probable que la entrevista sea una formalidad y que los candidatos firmes ya estuviesen preseleccionados.

Luego pensé en la maceta que cae del balcón. Si siempre pienso en eso porque no habría de hacerlo ahora. La maceta era enorme. Y se sostenía de una forma muy precaria sobre un balcón alto. Y seguramente, como tantas otras veces, iría a caerse en mi cabeza.


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