domingo, 7 de marzo de 2010

LA PROPINA ES UNA COSTUMBRE

Habiéndole propuesto a R. ir al cine a ver una película que se exhibía por única vez, me veo haciendo cola en el supermercado para pagar yo los ingredientes para cocinar yo una comida en mi casa. Una comida que me hará imposible ver hoy la película que quiero ver y que seguramente jamás lo haga.

Alegó cansancio para ir al cine. Pero se invitó a comer. Eligió la comida. Decidió que me encargase yo de todo. Porque alegó cansancio. Porque siempre lo hace cuando mi propuesta no es de su agrado. Y mis propuestas pocas veces son de su agrado. Y eso me altera. La ausencia de intereses compartidos me altera.

Adelante mío una señora planea demostrar el teorema que reza que lo único rápido de una caja rápida es la velocidad con la que se agota mi paciencia. Una vez que yo pague le tocará el turno a una chica joven muy, pero muy bonita. A quien si tiñese de colorado me recordaría a la novia del hombre araña. Verla me da calma y paciencia.

El enfrentamiento con la cajera me da miedo. Su comportamiento es tan impredecible como el de una langosta, que bien puede comerse el mosquito que está por picarte o saltar sobre tu cabeza y agitar las patas de manera de hacerte perder la cordura. Tiene la cabeza llena de hebillas de colores. No las conté pero para mí son cientos de miles de hebillas de colores.

Redondea el cambio a su favor. Respiro hondo, miro a la chica linda de atrás mío y dejo que el mal trago pase. Me dice que me va a deber veinte centavos. A lo que yo retruco que son veintitrés. Me mira con la cara de alguien que perdió el entusiasmo por su trabajo en el instante que comenzó a ejecutarlo.

Insisto en que quiero mi dinero. Todo. Insiste en que es una propina. Reviento. Porque la propina es proporcional a la calidad del servicio, y por atenderme con esa cara de culo y esa falta de interés por la vida deberías vos, darme a mí, el cincuenta por ciento de la mercadería de este supermercado en concepto de indemnización.

Abrió grandes los ojos mientras me daba una moneda de veinticinco centavos. A lo lejos una señora murmuraba con otra. Pero la chica linda se sonreía. Y me fui feliz.


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