miércoles, 3 de marzo de 2010

¿ES POSIBLE ODIAR A OTRO?

Situaciones como las de R. huyendo de mi departamento para encontrarse con otro hombre y luego volver a buscar su mochila oliendo a sexo ajeno, me alteran. Me enojan. Me llenan de odio.

Refunfuño. Me disperso. Altero en casi un cien por ciento mi rutina para el resto del día. Como facturas. Como facturas portando un sobrepeso interesante y una acidez nerviosa. Pienso cosas malas. Me pienso haciendo cosas malas. Siento necesidad impetuosa de colgar en el living una bolsa de arena con su cara impresa a la altura de mi cara. Mi tarde, y quizás también mi noche, están oficialmente arruinadas.

¿Cómo afecta a R. mi odio en este momento? ¿Es consciente de que en este preciso instante hay una persona deseándole un accidente de tránsito? ¿Tiene capacidad para disfrutar de su tarde de pasión y lujuria sabiendo que yo estoy acá rogando por un terremoto que abra el mundo por la mitad y los entierre vivos a ambos? Aún si se lo dijera. En su cara. A los ojos. “Te odio”. ¿Le afectaría?

Odio el odio. Por su carácter unilateral. Por afectar solo al que siente odio. Por tener carácter universal. Por dejarme calvo. Por darme acidez. Por no ser más que otra treta de los negadores para esconder sus elefantes.

Me odio por odiar a R.

Cada vez estoy más convencido que odiar es odiarse. Es envenenarse. Es negarse. Es enfermarse.


No hay comentarios:

Publicar un comentario