viernes, 12 de marzo de 2010

EFECTO ESPONJA

Puedo manejar la idea de que mi cuero cabelludo somatice mi estrés escupiendo uno por uno los pelos de una melena que caracterizó durante generaciones a los octogenarios de mi familia. Puedo manejar la idea de ser el primer Tuttolomondo calvo. Puedo. No me agrada. Pero puedo manejarlo.

Observando mis palmas me percato que tengo entre manos un problema que quizás no pueda manejar. No fácilmente, al menos.

Cuando mi mejor amigo del colegio se agarró sarampión, yo me agarré sarampión a los pocos días. Cuando mi hermano se agarró piojos, yo me agarré piojos a los pocos días. Si uno en la oficina estornudaba, en menos de una semana todos lo hacíamos.

Haber contraído un síndrome con sólo mirarlo. Yo vi esa mano enferma hace días. Vi como la otra mano la rascaba. Y vi como el dueño se quejaba. Y alegaba estar saturado. Harto.

¿Qué pasa si mañana veo una persona a la que se le cayeron los premolares superiores? ¿O un enfermo de cáncer? ¿Irán mis células a enloquecerse y empezar a comerse unas a otras?

Mientras pienso me rasco la mano. Y me paso la crema humectante que encontré en el neceser del avión. Me preocupa desarrollar síntomas ajenos. Me preocupa que mi cuerpo se entere antes que mi cabeza cada vez que tengo un problema.


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