domingo, 28 de marzo de 2010

YO, BARATO

Pedí un trozo de queso y la respuesta vino encerrada entre dos signos de pregunta. Me molesta soberanamente cuando eso sucede. La mujer enfundada en un impecable blanco de pies a cabeza no me dio queso sino dos opciones: De marca o económico.

El término económico logra sacarme de eje. Porque la gente recurre a ese eufemismo cuando la necesidad la lleva a comprar productos baratos. Cuando compra productos que le dan vergüenza. Porque en sus cabecitas resumidas creen que son indicadores de marginalidad. Productos que para guardar en la heladera primero deben aflojar la lamparita y así no verlos. Porque la gente en su mayoría cree que los problemas desaparecen con ponerles una sábana encima. Con no verlos.

Respondí que quería el queso más barato. Ella tomó la horma y mirándome con su cara gigante y ajada me indicó que ese era el económico. No había sentido en responder. Porque no iba a entenderlo. Y porque ella tenía un cuchillo muy grande y de apariencia filoso en la mano. Y yo tan sólo un tomate.

¿Tanta vergüenza puede generar una palabra? ¿Tanto puede subirle la autoestima a una persona un simple eufemismo? ¿Un eufemismo tan barato?

Mientras caminaba la distancia entre el supermercado y mi departamento con el paquete de queso en la mano pensaba si tal vez era yo quien estaba siendo un poco intolerante. Pensaba en que jamás iba a lograr siquiera pronunciar la palabra económico. En que no soporto los eufemismos. Y que por el momento, yo iba a seguir comprando productos baratos.


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